Esta
semana ha estado algo movida con los acontecimientos que han marcado el
calendario, así que espero se disculpe cierta falta de atención. Por un lado,
hace unos diez días tuvimos la ‘Marcha de la Dignidad’, cuyos coletazos han
dado la vuelta por todos los medios de comunicación; y por otro –o más bien por
el mismo porque la influencia y consecuencias han ido parejas-, la última
semana de clase vivimos un nuevo período de huelga.
Quizá
este no sea el lugar más propicio para dar lugar a un juicio personal, pero sí
parece cada vez más difícil elaborarlo: porque tener una opinión concisa y
cerrada se antoja harto complicado. Los coletazos que han querido hacer como
más visibles o aparentes de la ‘Marcha de la Dignidad’ son aquellos que han
sido llevados a cabo por una minoría, y que no parecen mostrarse como las
mejores cualidades del ser humano; no obstante, una mayoría que sí hacía gala
de buenas cualidades ha sido bastante ocultada, o si no ocultada, si velada;
porque se le ha hecho un vacío bastante grande, y no ya sólo por medios de
comunicación o dirigentes, sino también por la opinión pública, por las
conversaciones de hola y adiós y la de los bares. Pareciere que el dilema se
trate de adivinar de qué bando está cada uno, en lugar de reflexionar en el
porqué de la existencia de bandos. Es cierto que un vistazo a la historia de este
país – un vistazo no necesariamente muy exhaustivo- muestra que la bipolaridad
es el carácter que rige los pasos en estos lares, y también es cierto que para
la bipolaridad se hace necesaria en muchas ocasiones la medicación, y esa es la
cuestión: ¿cuál es el medicamento para semejante dolencia? Normalmente, cuando
una balanza se cae irrevocablemente para uno de los dos lados, lo que se hace
es situar algo de contrapeso para contrarrestar el desequilibrio y que así
ambos lados alcancen una armonía. ¡Ay armonía…! Pero una de las claves para
esto es la mesura: uno no puede medicarse a su antojo para modificar
premeditadamente las cosas: hay que suavizarlas, atenuarlas. Porque, ¿quién
sabe?, lo mismo Aristóteles tenía razón en aquello de que no en los extremos se
encuentra la virtud. Puestos a no ser cobardes, ¿por qué temerarios? ¿No mejor
valientes?
Pero me
enredo entre dimes y diretes, y mejor sería aportar algo pedagógico al día, así
que ahí va una cita de un borracho que también escribía libros, “el problema
con el mundo es que las personas inteligentes están llenas de dudas, mientras
que los estúpidos están llenos de confianza”. Charles Bukowski.
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