miércoles, 2 de abril de 2014

Dimes y diretes

Esta semana ha estado algo movida con los acontecimientos que han marcado el calendario, así que espero se disculpe cierta falta de atención. Por un lado, hace unos diez días tuvimos la ‘Marcha de la Dignidad’, cuyos coletazos han dado la vuelta por todos los medios de comunicación; y por otro –o más bien por el mismo porque la influencia y consecuencias han ido parejas-, la última semana de clase vivimos un nuevo período de huelga.

Quizá este no sea el lugar más propicio para dar lugar a un juicio personal, pero sí parece cada vez más difícil elaborarlo: porque tener una opinión concisa y cerrada se antoja harto complicado. Los coletazos que han querido hacer como más visibles o aparentes de la ‘Marcha de la Dignidad’ son aquellos que han sido llevados a cabo por una minoría, y que no parecen mostrarse como las mejores cualidades del ser humano; no obstante, una mayoría que sí hacía gala de buenas cualidades ha sido bastante ocultada, o si no ocultada, si velada; porque se le ha hecho un vacío bastante grande, y no ya sólo por medios de comunicación o dirigentes, sino también por la opinión pública, por las conversaciones de hola y adiós y la de los bares. Pareciere que el dilema se trate de adivinar de qué bando está cada uno, en lugar de reflexionar en el porqué de la existencia de bandos. Es cierto que un vistazo a la historia de este país – un vistazo no necesariamente muy exhaustivo- muestra que la bipolaridad es el carácter que rige los pasos en estos lares, y también es cierto que para la bipolaridad se hace necesaria en muchas ocasiones la medicación, y esa es la cuestión: ¿cuál es el medicamento para semejante dolencia? Normalmente, cuando una balanza se cae irrevocablemente para uno de los dos lados, lo que se hace es situar algo de contrapeso para contrarrestar el desequilibrio y que así ambos lados alcancen una armonía. ¡Ay armonía…! Pero una de las claves para esto es la mesura: uno no puede medicarse a su antojo para modificar premeditadamente las cosas: hay que suavizarlas, atenuarlas. Porque, ¿quién sabe?, lo mismo Aristóteles tenía razón en aquello de que no en los extremos se encuentra la virtud. Puestos a no ser cobardes, ¿por qué temerarios? ¿No mejor valientes?

Pero me enredo entre dimes y diretes, y mejor sería aportar algo pedagógico al día, así que ahí va una cita de un borracho que también escribía libros, “el problema con el mundo es que las personas inteligentes están llenas de dudas, mientras que los estúpidos están llenos de confianza”. Charles Bukowski.

No hay comentarios:

Publicar un comentario